sábado, 15 de enero de 2011

La educación de los hijos

Los hijos deben ser educados con normas y ejemplo. Los padres deberán cumplir sus grandes responsabilidades con temor y emoción. Deben ofrecer fervorosas oraciones para pedir fuerza y guía divina en su tarea. En muchas familias se siembra la semilla de la vanidad y la soberbia en el corazón casi desde su nacimiento. En su presencia se comentan y alaban sus pequeños engaños, y se repiten a otros con exageraciones. Los pequenos toman notas de esto y se crecen, no dudan en interrumpir conversaciones y se vuelven atrevidos e impertinentes. La adulación y la indulgencia alimentan su vanidad y su obstinación, hasta el punto que el más jovén alcanza a gobernar toda la familia, padre y madre incluidos.
    La disposición que esta clase de formación da no puede ser dejada de lado mientras los juicios del niño crecen en firmeza. A medida que el cuerpo del niño va creciendo, crece también su intelecto; y lo que en un  bebé puede ser gracioso, en un adulto puede llegar a ser menospreciable y perverso. Quieren gobernar a los que los rodean; y si alguno no se rinde a sus deseos, se consideran insultados y ofendidos. La causa es que en su juventud se toleraron sus ofensas en lugar de enseñarles las necesaria negociación del yo para soportar las duras pruebas de la vida. 

Primer parte de una serie de publicaciones sobre la crianza de los hijos.
Basada en los libros de la autora Elena G. de White