viernes, 4 de junio de 2010

Dios y el sábado

Dios obró seis días en la creación de este mundo. Solamente descansó cuando su obra fue perfecta y completa (Gén 2:1,3). Adán y Eva, por otro lado, no comenzaron obrando; dedicaron por entero su primer día de vida a reposar en el sábado de Dios. Solamente después que hubieron "entrado" en el reposo de Dios continuaron con los seis días de labor. El ser humano comenzó por recibir primeramente toda la obra de Dios como un don absolutamente gratuito. Solamente entonces pudo la humanidad disfrutar de la creación, en los restantes seis días de la semana.
Lo mismo que la creación, la salvación comienza, no haciendo algo, sino reposando en la obra perfecta y acabada de Jesús, realizada en su vida y en su muerte. Lo mismo que Adán y Eva dedicaron su primer día al reposo sabático, antes de emprender su actividad común, nosotros podemos disfrutar las bendiciones de la salvación solamente reposando primeramente en la perfecta justicia que Jesús ha provisto. Esa perspectiva muestra que el reposo del sábado viene a representar el fundamento mismo de la verdad gloriosa de la justicia por la fe.
Cuando Dios puso aparte (santificó) el sábado, entró en una relación de pacto eterno con la raza humana, una relación en la que el ser humano habría de depender siempre de Él. Así, cuando Adán y Eva pecaron, escogiendo depender de ellos mismos más bien que de Dios, rompieron ese pacto dado por Dios. Como resultado perdieron el verdadero descanso que el sábado simbolizaba. "Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (Gén. 3:19). Pero Jesús vino a este mundo con el expreso propósito de restaurar ese reposo que la raza humana había perdido al caer en el pecado (Mat. 11:28). Haciendo tal cosa, restauró el significado del sábado. A fin de recibir las buenas nuevas de la salvación, hemos de retornar a ese principio fundamental del reposo sabático que fue dado a nuestros primeros padres.