martes, 19 de abril de 2011

El Amor Supremo

LA NATURALEZA y la revelación a una dan testimonio del amor de Dios. Nuestro Padre celestial es la fuente de vida, de sabiduría y de gozo. Mirar las maravillas y bellezas de la naturaleza. Pensar en su prodigiosa adaptación a las necesidades y a la felicidad, no solamente del hombre, sino de todas las criaturas vivientes.
El sol y la lluvia que alegran y refrescan la tierra; los montes, los mares y los valles, todos nos hablan del amor del Creador. Dios es el que suple las necesidades diarias de todas sus criaturas. Ya el salmista lo dijo en las bellas palabras siguientes:

 " Los ojos de todos miran a ti, Y tú les das su alimento a su tiempo. Abres tu mano, Y satisfaces el deseo de todo ser viviente ".             Salmo   145:  15  y  16 ;
Dios hizo al hombre perfectamente santo y feliz; y la hermosa tierra no tenía, al salir de la mano del Creador, mancha de decadencia, ni sombra de maldición. La transgresión de la ley de Dios, de la ley de amor, es lo que ha traído consigo dolor y muerte. Sin embargo, en medio del sufrimiento que resulta del pecado se manifiesta el amor de Dios. 
Está escrito que Dios maldijo la tierra por causa del hombre. ( Génesis  3:  17 )  Los cardos y espinas - las dificultades y pruebas que hacen de su vida una vida de afán y cuidado - le fueron asignados para su bien, como parte de la preparación necesaria, según el plan de Dios, para su elevación de la ruina y degradación que el pecado había causado. El mundo, aunque caído, no es todo tristeza y miseria. En la naturaleza misma hay mensajes de esperanza y consuelo. Hay flores en los cardos y las espinas están cubiertas de rosas. 
"Dios es amor", está escrito en cada capullo de flor que se abre, en cada tallo de la naciente hierba. Los hermosos pájaros que llenan el aire de melodías con sus preciosos cantos, las flores exquisitamente matizadas que en su perfección perfuman el aire, los elevados árboles del bosque con su rico follaje de viviente verdor, todos dan testimonio del tierno y paternal cuidado de nuestro Dios y de su deseo de hacer felices a sus hijos. 
La Palabra de Dios revela su carácter. El mismo ha declarado su infinito amor y piedad. Cuando Moisés dijo:
 " Ruégote me permitas ver tu gloria ", Jehová respondió:
" Yo haré que pase toda mi benignidad ante tu vista ".  Éxodo  33:  18  y  19 


Tal es su gloria. Jehová pasó delante de Moisés y clamó:
" Jehová, Jehová, Dios compasivo y clemente lento en iras y grande en misericordia y en Fidelidad; que usa de misericordia hasta la milésima generación; que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado ".         Éxodo  34:  6  y  7  

Lento en iras y grande en misericordia "     Jonás  4:  2  
Porque se deleita en la misericordia "      Miqueas  7:  18   
Dios ha unido nuestros corazones a él con pruebas innumerables en los cielos y en la tierra. Mediante las cosas de la naturaleza y los más profundos y tiernos lazos que el corazón humano pueda conocer en la tierra, ha procurado revelársenos. Con todo, estas cosas sólo representan imperfectamente su amor. Aunque se habían dado todas estas pruebas evidentes, el enemigo del bien cegó el entendimiento de los hombres, para que éstos mirasen a Dios con temor, para que lo considerasen severo e implacable. 
Satanás indujo a los hombres a concebir a Dios como un ser cuyo principal atributo es una justicia inexorable, como un juez severo, un duro, estricto acreedor. Pintó al Creador como un ser que está velando con ojo celoso por discernir los errores y faltas de los hombres, para visitarlos con juicios. Por esto vino Jesús a vivir entre los hombres, para disipar esa densa sombra, revelando al mundo el amor infinito de Dios.
El Hijo de Dios descendió del cielo para manifestar al Padre.
A Dios nadie jamás le ha visto: el Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer ".     S. Juan  1:  18
Ni al Padre conoce nadie, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar "      S. Mateo  11:  27

Cuando uno de sus discípulos le dijo: "Muéstranos al Padre", Jesús respondió:
 " Tanto tiempo hace que estoy con vosotros,
¿y todavía no me conoces, Felipe?
El que me ha visto a mí, ha visto al Padre:
¿Cómo pues dices tú: Muéstranos al Padre?
"  S. Juan  14:  8  y  9 .  
Jesús dijo, describiendo su misión terrenal: Jehová
" me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me a enviado para proclamar a los cautivos, y a los ciegos recobro la vista para poner en libertad a los oprimidos ". S. Lucas  4:  18 , esta era su obra. Pasó haciendo bien y sanando a todos los oprimidos de Satanás. 

Había aldeas enteras donde no se oía un gemido de dolor en casa alguna, porque él había pasado por ellas y sanado a todos sus enfermos. Su obra demostraba su divina unción. En cada acto de su vida revelaba amor, misericordia y compasión; su corazón rebosaba de tierna simpatía por los hijos de los hombres. Tomó la naturaleza del hombre para poder simpatizar con sus necesidades. 
Los más pobres y humildes no tenían temor de allegársele. Aun los niñitos se sentían atraídos hacia él. Les gustaba subir a sus rodillas y contemplar ese rostro pensativo, que irradiaba benignidad y amor, Jesús no suprimió una palabra de verdad, sino que profirió siempre la verdad con amor. Hablaba con el mayor tacto, cuidado y misericordiosa atención, en su trato con las gentes.
Nunca fue áspero, nunca habló una palabra severa innecesariamente, nunca dio a un alma sensible una pena innecesaria. No censuraba la debilidad humana. Hablaba la verdad, pero siempre con amor. Denunciaba la hipocresía, la incredulidad y la iniquidad; pero las lágrimas velaban su voz cuando profería sus fuertes reprensiones. Lloró sobre Jerusalén, la ciudad amada que rehusó recibirlo, a él, el Camino, la  Verdad y la Vida. Habían rechazado al Salvador, mas él los consideraba con piadosa ternura.
La suya fue una vida de abnegación y verdadera solicitud por los demás. Toda alma era preciosa a sus ojos. A la vez que siempre llevaba consigo la dignidad divina, se inclinaba con la más tierna consideración hacia cada uno de los miembros de la familia de Dios. En todos los hombres veía almas caídas a quienes era su misión salvar. 

Tal es el carácter de Cristo como se revela en su vida. Este es el carácter de Dios. Del corazón del Padre es de donde manan los ríos de compasión divina, manifestada en Cristo para todos los hijos de los hombres. Jesús el tierno y piadoso Salvador, era Dios  " manifestado en la carne "           1  Timoteo  3:  16  . 
Jesús vivió, sufrió y murió para redimirnos. El se hizo "Varón de dolores" para que nosotros fuésemos hechos participantes del gozo eterno. Dios permitió que su Hijo amado, lleno de gracia y de verdad, viniese de un mundo de indescriptible gloria, a un mundo corrompido y manchado por el pecado, oscurecido con la sombra de la muerte y la maldición.
Permitió que dejase el seno de su amor, la adoración de los ángeles, para sufrir vergüenza, insulto, humillación, odio y muerte.
" El castigo de nuestra paz cayó sobre él, y por sus llagas nosotros sanamos "             Isaías  53:  5 . 

¡Miradlo en el desierto, en el Getsemaní, sobre la cruz! El Hijo inmaculado de Dios tomó sobre sí la carga del pecado. El que había sido uno con Dios, sintió en su alma la terrible separación que hace el pecado entre  Dios y el hombre. Esto arrancó de sus labios el angustioso clamor:

 "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿por qué me has desamparado?"
 S.  Mateo  27:  46 .
La carga del pecado, el conocimiento de su terrible enormidad y de la separación que causa entre el alma y Dios, quebrantó el corazón del Hijo de Dios. 

Pero este gran sacrificio no fue hecho a fin de crear amor en el corazón del Padre para con el hombre, ni para moverlo a salvar. ¡No, no! " Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito "         S. Juan  3:  16 . 
No es que el Padre nos ame por causa de la gran propiciación, sino que proveyó la propiciación porque nos ama. Cristo fue el medio por el cual él pudo derramar su amor infinito sobre un mundo caído.  " Dios estaba en Cristo, reconciliando consigo mismo al mundo "          2  Corintios  5:  19 .
Dios sufrió con su Hijo. En la agonía del Getsemaní, en la muerte del Calvario, el corazón del Amor Infinito pagó el precio de nuestra redención. 

Jesús decía:  " Por esto el Padre me ama, por cuanto yo pongo mi vida para volverla a tomar "        S. Juan  10:  17.
Es decir: "De tal manera os amaba mi Padre, que aún me ama más porque he dado mi vida para redimiros. Por haberme hecho vuestro Sustituto y Fianza, por haber entregado mi vida y tomado vuestras responsabilidades, vuestras transgresiones, soy más caro a mi Padre; por mi sacrificio, Dios puede ser justo y, sin embargo, el justificador del que cree en Jesús".´ 

Nadie sino el Hijo de Dios podía efectuar nuestra redención; porque sólo él, que estaba  en el seno del Padre podía darlo a conocer. Sólo él, que conocía la altura y la profundidad del amor de Dios, podía manifestarlo. Nada menos que el infinito sacrificio hecho por Cristo en favor del hombre caído podía expresar el amor del Padre hacia la perdida humanidad. 
Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito  ".    S.  Juan  3:  16
Lo dio no solamente para que viviese entre los hombres, no sólo para que llevase los pecados de ellos y muriese como su sacrificio; lo dio a la raza caída. Cristo debía identificarse con los intereses y necesidades de la humanidad.
El que era uno con Dios se ha unido con los hijos de los hombres con lazos que jamás serán quebrantados.
Jesús
 " no se avergüenza de llamarlos hermanos "    Hebreos  2:  11

Es nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, lleva nuestra forma humana delante del trono del Padre, y por las edades eternas será uno con la raza que ha redimido: es el Hijo del hombre. Y todo esto para que el hombre fuese levantado de la ruina y degradación del pecado, para que reflejase el amor de Dios y participase del gozo de la santidad. 
El precio pagado por nuestra redención, el sacrificio infinito que hizo nuestro Padre celestial al entregar a su Hijo para que muriese por nosotros, debe darnos un concepto elevado de lo que podemos ser hechos por Cristo.
Al considerar el inspirado apóstol Juan  " la altura ", " la profundidad "  y  " la anchura " del amor del Padre hacia la raza que perecía, se llena de alabanzas y reverencia, y no pudiendo  encontrar lenguaje conveniente en que expresar la grandeza y ternura de este amor, exhorta al mundo a contemplarlo.
" ¡Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios! "          1 S.  Juan  3:  1  
¡Qué valioso hace esto al hombre! 


Por la transgresión, los hijos del hombre se hacen súbditos de Satanás. Por la fe en el sacrificio reconciliador de Cristo, los hijos de Adán pueden ser hechos hijos de Dios. Al revestirse de la naturaleza humana, Cristo eleva a la humanidad. Los hombres caídos son colocados donde pueden, por la relación con Cristo, llegar a ser en verdad dignos del nombre de "hijos de Dios". 

Tal amor es incomparable.
¡Hijos del Rey celestial!
¡Promesa preciosa!
¡Tema para la más profunda meditación!
¡El incomparable amor de Dios para con un mundo que no lo amaba! 
Este pensamiento tiene un poder subyugador y cautiva el entendimiento a la voluntad de Dios. Cuanto más estudiamos el carácter divino a la luz de la cruz, más vemos la misericordia, la ternura y el perdón unidos a la equidad y la justicia, y más claramente discernimos pruebas innumerables de un amor infinito y de una tierna piedad que sobrepuja la ardiente simpatía y los anhelosos sentimientos de la madre para con su hijo extraviado.

 " Romperse puede todo lazo humano, Separarse el hermano del hermano, Olvidarse la madre de sus hijos, Variar los astros sus senderos fijos;  Mas ciertamente nunca cambiará  El amor providente de Jehová ".

La Transfiguración

La Transfiguración

LA NOCHE se estaba acercando cuando Jesús llamó a su lado a tres de sus discípulos, Pedro, Santiago y Juan y los condujo, a través de los campos y por una senda escarpada, hasta una montaña solitaria. El Salvador y sus discípulos habían pasado el día viajando y enseñando, y la ascensión a la montaña aumentaba su cansancio. Cristo había aliviado a muchos dolientes de sus cargas mentales y corporales; había hecho pasar impulsos de vida por sus cuerpos debilitados; pero también él estaba vestido de humanidad y, juntamente con sus discípulos, se sentía cansado por la ascensión.
    La luz del sol poniente se detenía en la cumbre y doraba con su gloria desvaneciente el sendero que recorrían. Pero pronto la luz desapareció tanto de las colinas como de los valles y el sol se hundió bajo el horizonte occidental, y los viajeros solitarios quedaron envueltos en la obscuridad de la noche. La lobreguez de cuanto los rodeaba parecía estar en armonía con sus vidas pesarosas, en derredor de las cuales se congregaban y espesaban las nubes.
    Los discípulos no se atrevían a preguntarle a Cristo adónde iba ni con qué fin. Con frecuencia él había pasado noches enteras orando en las montañas. Aquel cuya mano había formado los montes y valles se encontraba en casa con la naturaleza, y disfrutaba su quietud. Los discípulos siguieron a Cristo adonde los llevaba, aunque preguntándose por qué su Maestro los conducía a esa penosa ascensión cuando ya estaban cansados y cuando él también necesitaba reposo.
    Finalmente, Cristo les dice que no han de ir más lejos. Apartándose un poco de ellos, el Varón de dolores derrama sus súplicas con fuerte clamor y lágrimas. Implora fuerzas para soportar la prueba en favor de la humanidad. El mismo debe establecer nueva comunión con la Omnipotencia, porque únicamente así puede contemplar lo futuro. Y vuelca los anhelos 389 de su corazón en favor de sus discípulos, para que en la hora del poder de las tinieblas no les falte la fe. El rocío cae El sobre su cuerpo postrado, pero él no le presta atención. Las espesas sombras de la noche le rodean, pero él no considera su lobreguez. Y así las horas pasan lentamente. Al principio, los discípulos unen sus oraciones a las suyas con sincera devoción; pero después de un tiempo los vence el cansancio y, a pesar de que procuran sostener su interés en la escena, se duermen. Jesús les ha hablado de sus sufrimientos; los trajo consigo esta noche para que pudiesen orar con él; aun ahora está orando por ellos. El Salvador ha visto la tristeza de sus discípulos, y ha deseado aliviar su pesar dándoles la seguridad de que su fe no ha sido inútil. No todos, aun entre los doce, pueden recibir la revelación que desea impartirles. Sólo los tres que han de presenciar su angustia en el Getsemaní han sido elegidos para estar con él en el monte. Ahora, su principal petición es que les sea dada una manifestación de la gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo fuese, que su reino sea revelado a los ojos humanos, y que sus discípulos sean fortalecidos para contemplarlo. Ruega que ellos puedan presenciar una manifestación de su divinidad que los consuele en la hora de su agonía suprema, con el conocimiento de que él es seguramente el Hijo de Dios, y que su muerte ignominiosa es parte del plan de la redención.
    Su oración es oída. Mientras está postrado humildemente sobre el suelo pedregoso, los cielos se abren de repente, las áureas puertas de la ciudad de Dios quedan abiertas de par en par, y una irradiación santa desciende sobre el monte, rodeando la figura del Salvador. Su divinidad interna refulge a través de la humanidad, y va al encuentro de la gloria que viene de lo alto. Levantándose de su posición postrada, Cristo se destaca con majestad divina. Ha desaparecido la agonía de su alma. Su rostro brilla ahora "como el sol" y sus vestiduras son "blancas como la luz."
    Los discípulos, despertándose, contemplan los raudales de gloria que iluminan el monte. Con temor y asombro, miran el cuerpo radiante de su Maestro. Y al ser habilitados para soportar la luz maravillosa, ven que Jesús no está solo. Al lado de él, hay dos seres celestiales, que conversan íntimamente con él. 390 Son Moisés, quien había hablado sobre el Sinaí con Dios, y Elías, a quien se concedió el alto privilegio --otorgado tan sólo a otro de los hijos de Adán-- de no pasar bajo el poder de la muerte.
    Quince siglos antes, sobre el monte Pisga, Moisés había contemplado la tierra prometida. Pero a causa de su pecado en Meriba, no le fue dado entrar en ella. No le tocó el gozo de conducir a la hueste de Israel a la herencia de sus padres. Su ferviente súplica: "Pase yo, ruégote, y vea aquella tierra buena, que está a la parte allá del Jordán, aquel buen monte, y el Líbano,'(Deuteronomio 3:25) fue denegada. La esperanza que durante cuarenta años había iluminado las tinieblas de sus peregrinaciones por el desierto, debió frustrarse. Una tumba en el desierto fue el fin de aquellos años de trabajo y congoja pesada. Pero "Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos,"(Efesios 3:20) había contestado en esta medida la oración de su siervo. Moisés pasó bajo el dominio de la muerte, pero no permaneció en la tumba. Cristo mismo le devolvió la vida. Satanás, el tentador, había pretendido el cuerpo de Moisés por causa de su pecado; pero Cristo el Salvador lo sacó del sepulcro.(Judas 9)
    En el monte de la transfiguración, Moisés atestiguaba la victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte. Representaba a aquellos que saldrán del sepulcro en la resurrección de los justos. Elías, que había sido trasladado al cielo sin ver la muerte, representaba a aquellos que estarán viviendo en la tierra cuando venga Cristo por segunda vez, aquellos que serán "transformados, en un momento, en un abrir de ojo, a la final trompeta;" cuando "esto mortal sea vestido de inmortalidad," y "esto corruptible fuere vestido de incorrupción."(1 Corintios 15:51-53) Jesús estaba vestido por la luz del cielo, como aparecerá cuando venga "la segunda vez, sin pecado, . . . para salud." Porque él vendrá "en la gloria de su Padre con los santos ángeles."(Hebreos 9:28, Marcos 8:38) La promesa que hizo el Salvador a los discípulos quedó cumplida. Sobre el monte, el futuro reino de gloria fue representado en miniatura: Cristo el Rey, Moisés el representante de los santos resucitados, y Elías de los que serán trasladados.
    Los discípulos no comprenden todavía la escena; pero se regocijan de que el paciente Maestro, el manso y humilde, que 391 ha peregrinado de acá para allá como extranjero sin ayuda, ha sido honrado por los favorecidos del cielo. Creen que Elías ha venido para anunciar el reinado del Mesías, y que el reino de Cristo está por establecerse en la tierra. Quieren desterrar para siempre el recuerdo de su temor y desaliento. Desean permanecer allí donde la gloria de Dios se revela. Pedro exclama: "Maestro, bien será que nos quedemos aquí, y hagamos tres pabellones: para ti uno, y para Moisés otro, y para Elías otro." Los discípulos confían en que Moisés y Elías han sido enviados para proteger a su Maestro y establecer su autoridad real.
    Pero antes de la corona debe venir la cruz; y el tema de la conferencia con Jesús no es su inauguración como rey, sino su fallecimiento, que ha de acontecer en Jerusalén. Llevando la debilidad de la humanidad y cargado con su tristeza y pecado, Cristo anduvo solo en medio de los hombres. Mientras las tinieblas de la prueba venidera le apremiaban, estuvo espiritualmente solo en un mundo que no le conocía. Aun sus amados discípulos, absortos en sus propias dudas, tristezas y esperanzas ambiciosas, no habían comprendido el misterio de su misión. El había morado entre el amor y la comunión del cielo; pero en el mundo que había creado, se hallaba en la soledad. Ahora el Cielo había enviado sus mensajeros a Jesús; no ángeles, sino hombres que habían soportado sufrimientos y tristezas y podían simpatizar con el Salvador en la prueba de su vida terrenal. Moisés y Elías habían sido colaboradores de Cristo. Habían compartido su anhelo de salvar a los hombres. Moisés había rogado por Israel: "Que perdones ahora su pecado, y si no, ráeme ahora de tu libro que has escrito."(Éxodo 32:32) Elías había conocido la soledad de espíritu mientras durante tres años y medio había llevado el peso del odio y la desgracia de la nación. Había estado solo de parte de Dios sobre el monte Carmelo. Solo, había huido al desierto con angustia y desesperación. Estos hombres, escogidos antes que cualquier ángel que rodease el trono, habían venido para conversar con Jesús acerca de las escenas de sus sufrimientos, y para consolarle con la seguridad de la simpatía del cielo. La esperanza del mundo, la salvación de todo ser humano, fue el tema de su entrevista.
    Vencidos por el sueño, los discípulos oyeron poco de lo que sucedió entre Cristo y los mensajeros celestiales. Por haber 392 dejado de velar y orar, no habían recibido lo que Dios deseaba darles: un conocimiento de los sufrimientos de Cristo y de la gloria que había de seguirlos. Perdieron la bendición que podrían haber obtenido compartiendo su abnegación. Estos discípulos eran lentos para creer y apreciaban poco el tesoro con que el Cielo trataba de enriquecerlos.
    Sin embargo, recibieron gran luz. Se les aseguró que todo el cielo conocía el pecado de la nación judía al rechazar a Cristo. Se les dio una percepción más clara de la obra del Redentor. Vieron con sus ojos y oyeron con sus oídos cosas que superaban la comprensión humana. Fueron "testigos oculares de su majestad,"(2 Pedro 1:16) y comprendieron que Jesús era de veras el Mesías, de quien los patriarcas y profetas habían dado testimonio, y que era reconocido como tal por el universo celestial.
    Mientras estaban aún mirando la escena sobre el monte, "he aquí una nube de luz que los cubrió; y he aquí una voz de la nube, que dijo: Este es mi Hijo amado, en el cual tomo contentamiento: a él oíd." Mientras contemplaban la nube de gloria, más resplandeciente que la que iba delante de las tribus de Israel en el desierto; mientras oían la voz de Dios que hablaba en la pavorosa majestad que hizo temblar la montaña, los discípulos cayeron abrumados al suelo. Permanecieron postrados, con los rostros ocultos, hasta que Jesús se les acercó, y tocándolos, disipó sus temores con su voz bien conocida: "Levantaos, y no temáis." Aventurándose a alzar los ojos, vieron que la gloria celestial se había desvanecido y que Moisés y Elías habían desaparecido. Estaban sobre el monte, solos con Jesús. 393